sábado, 29 de diciembre de 2012

El fuego y la noche

 
Una chimenea crepitando en la noche boliviana... de fondo el programa de radio Milenio 3 por internet... y sobre la mesa un montón de libros para colocar en las estanterías... aparecen, entre otros, "Vida y destino", en ruso, de Vasily Grossman; una biografía de Hemingway en varios tomos; "La casa de Dostoievsky", de Jorge Edwards; "El loro de Flaubert", de Julian Barnes, y, en un tomo grueso y manoseado, mi muy querido "Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero", del colombiano Alvaro Mutis. 
 
 
 
Cuando encendemos una hoguera, retomamos una de las acciones más antiguas del ser humano, la que marcó la frontera entre la animalidad y la razón. Pero también recreamos un mito cuando, con sumo cuidado, casi acariciando la calidez de la llama, convertimos al fuego en nuestro aliado, el más frágil y el más poderoso. A 3.400 metros de altitud, en el sur de La Paz, con menos oxígeno el fuego se hace rogar, como un animalillo tímido o una enamorada suspicaz; finalmente, responde a mi empeño y cariño con la fuerza de toda la naturaleza concentrada en una luz cálida y afilada. 
 
 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Silencio


Sólo alumbra la lámpara de la cocina y sobre la recia mesa de madera se despliegan ordenadores y libros de arqueología. Sin apenas muebles aún, salvo las alfombras andinas de algunas habitaciones, la casa guarda, si cabe con mayor intensidad, ese aire de caravanserrallo en el fin del mundo.
Un mate de coca caliente y el libro de Sullivan "El secreto de los incas" quitan al silencio de esta noche paceña la más leve pincelada ominosa.

martes, 11 de diciembre de 2012

De libros, nazis y sombreros en huelga


El "Mein Kampf" de Hitler, con DVD incluido, comparte espacio con la copia pirateada del último libro de Paulo Coelho; las memorias de un guerrillero que combatió junto al Che en las selvas bolivianas aunque eludió su destino de plomo, con un misterioso ejemplar de "El retorno de los brujos", de Pauwels y Bergier, en el que se menciona al misterioso arqueólogo nazi Edmund Kiss, que anduvo fisgoneando por estos lares pero no logró demostrar que también los arios, cansinos, fundaron Tiahuanaco... 

El mercado de los libros cercano a la catedral de San Francisco, en La Paz, es un universo aparte en el que me gusta perderme antes de enfilar la peatonal calle Comercio camino de la plaza Murillo, el corazón de esta capital del Altiplano. Hoy estaba cortada la del Comercio, con mineros y sus mujeres de protesta, sentados cantarines en un extremo, y la policía motorizada (van de dos en dos en las motos, como novios amorosos) en el otro. En medio, la calle vacía, sin los puestecitos de gorras y ponchos, chuches y rica yuca frita, y sin los vendedores de parcelas para tumbas del Cementerio central de la ciudad andina. 

Tanta seguridad, no por los viejos mineros con borsalino y sus animosas mujeres con bombín, sino porque hoy acudía al Palacio de Gobierno, sito en la plaza Murillo, el ínclito Evo Morales a presentar la reforma que quita todo obstáculo a la celebración de huelgas. Paso más que otra cosa simbólico en un país en el que las manifestaciones y algaradas laborales han hecho tambalearse a los Gobiernos durante décadas.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Noches extrañas


Las constelaciones del hemisferio austral pueden confundirte y tocar ese mecanismo oculto de la locura en tu mente.

Paseo con la perra bajo la noche de los Altos de Achumani, guarecido por los riscos del sur de La Paz y por ellos vigilado. Miro al cielo y al principio no comprendo. Esas tres estrellas no deberían estar ahí. No, no deberían estar ahí.

De pronto, todo se vuelve caos en mi cerebro y me parece estar contemplando los cielos de otro mundo, de otra dimensión. Pasan unos segundos antes de que comprenda que el firmamento del hemisferio sur guarda otras marcas, otras luces distintas al boreal.

También otras cosmologías, brutales atisbos de una historia ciclópea desconocida que me pone los pelos de punta en esta noche boliviana, tan cercano el final de una era.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Escribas, lápidas y fetos de llama


Curiosas las calles de La Paz. Hay escribas bajo sombrilla y con una maquinita de escribir que ofrecen sus habilidades con el lenguaje burocrático para hacer formularios, peticiones oficiales y notariales, y otros legajos de interés administrativo. En esas mismas callejuelas peatonales, se ponen en venta lápidas mortuorias ante una maqueta del cementerio, que muestra las zonas de sombra y de solano, las áreas más concurridas y también los lugares de mayor prestigio social para el descanso eterno. Esto, como quien vende lotería en la calle. 

Más  allá, entre figurillas falsas de terracota, ponchos, gorros y prendas de alpaca de los puestos y tendezuelas de la calle Linares, el paseante puede adquirir fetos de llama para atraer la buena suerte o contribuir a una ceremonia sagrada comunal en demanda de alguna petición privada. Con todo el respeto a las costumbres más atávicas, me calo el borsalino recién adquirido y abandono, sin embargo, tales variopintas y macabras tiendecillas rumbo a la Plaza Murillo, corazón ancestral de esta metrópoli donde hasta el más pintoresco de los viajeros pasa desapercibido. Paso antes por la imponente iglesia de San Francisco, construida en el siglo XVI y reparada en el XVIII. Dicen que algunos rostros de las mestizas esculturas en piedra que adornan su fachada aparecen mascando coca. Me esfuerzo en encontrarlos y recuerdo mi búsqueda similar de la rana sobre la calavera en la Universidad de Salamanca. Esta vez tengo menos suerte, pero me creo la versión ante los numerosos testimonios indígenas entre la imaginería barroca del templo paceño. Otro ejemplo más de esta América mágica, que en algunos lugares, como La Paz, es si cabe más sobrenatural.
 

viernes, 9 de noviembre de 2012

Llegada a La Paz





La Paz se abre al viajero que llega en avión como una gran herida en la confluencia de los Andes y el Altiplano, forjada en quebradas y torrenteras gigantescas, que forman un crater, una gran olla de dientes petreos, en medio de un paisaje extraterrestre. Nunca había visto un paisaje semejante al acceder a una ciudad desde el aire.

El aeropuerto está situado en El Alto, a 4.000 metros de altura, en la llanura inmensa horadada. En esta planicie se encuentran los barrios más humildes de La Paz, vistos desde el cielo como un ordenado rompecabezas de brillantes techos de latón cubriendo el ocre del desierto andino. A la ciudad principal, y a la bendición del oxígeno negado en las alturas,  las carreteras bajan alegres, con multitud de curvas que rodean los afilados y fragmentados cerritos, más parecidos a los molares destrozados de una jauría de desmesurados lobos, que se secan al inmisericorde sol del Altiplano.

Ahora, mientras el soroche, el mal de altura, me otorga en el barrio de Calacoto una placidez zen y me imprime los movimientos de un astronauta en la Luna, recuerdo la inconmensurable grandeza de los Andes bolivianos en el periplo aéreo y los intuyo más allá del borde del cráter donde yace La Paz, con el gigante monte Illimani a guisa de sabio chamán de estas tierras, ahora también mías.

lunes, 7 de febrero de 2011

Caravanas

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"Sombras de este periplo, no tomaré las cuentas de vuestros collares,
pues en la mañana de los príncipes reclamaré las bendiciones de los hijos de Caleb.
Los peregrinos acercan sus cuencos al manantial sellado. Ciegos están de perfumes de almendras y sus labios rebosan de su amargura.
Y al levantar el alba, el sonido de los timbales apaga el clamor del tráfico, con el ruido abriéndose paso por el humo de las hogueras.
Terribles son los días de los sacerdotes, pues las mujeres pierden la palabra y callan sus cascabeles.
Arrebatados los espacios de comercio, los brillos de abalorios en el polvo y el sudor no nos engañan.
En la orilla del río, los navíos desarbolados hablan dialectos del este. Suya es la esperanza, suya la travesía infinita"

H. Otani
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