Una
chimenea crepitando en la noche boliviana... de fondo el programa de radio Milenio 3 por
internet... y sobre la mesa un montón de libros para colocar en las
estanterías... aparecen, entre otros, "Vida y destino", en ruso, de
Vasily Grossman; una biografía de Hemingway en varios tomos; "La casa de
Dostoievsky", de Jorge Edwards; "El loro de Flaubert", de Julian
Barnes, y, en un tomo grueso y manoseado, mi muy querido "Empresas y
tribulaciones de Maqroll el Gaviero", del colombiano Alvaro Mutis.
Cuando encendemos una hoguera, retomamos una
de las acciones más antiguas del ser humano, la que marcó la frontera
entre la animalidad y la razón. Pero también recreamos un mito cuando,
con sumo cuidado, casi acariciando la calidez de la llama,
convertimos al fuego en nuestro aliado, el más frágil y el más
poderoso. A 3.400 metros de altitud, en el sur de La Paz, con menos
oxígeno el fuego se hace rogar, como un animalillo tímido o una
enamorada suspicaz; finalmente, responde a mi empeño y cariño con la
fuerza de toda la naturaleza concentrada en una luz cálida y afilada.