miércoles, 11 de marzo de 2009

Día de infamia

Hoy se recuerda el 11-M. En España y en otras partes. Pero allí, veo en la tele internacional y leo en los digitales, se hace partidariamente, facciosamente, con oprobio en muchos casos. Se escupe sobre las víctimas. Una vez más, repiten su vana y falsa furia, de plañideras a sueldo en los coros de los muertos. A ellos, lo sé y tú lo sabes también, a ellos les da lo mismo.

Mi hermano, Miguel, estuvo a punto de convertirse en una de esas víctimas. Pero le salvó su pulcritud y un zapato. No sé si habrá puesto ese calzado en una urna con una chapa de plata debajo. Lo merecería. Algún día un poeta debería hacer una oda a ese zapato bienhechor.

Yo entonces vivía en Moscú y la noticia llegó como un portazo de aire, en esa mañana fria y gris como sólo en Rusia pueden serlo. Al vacío en el estómago de entonces, al nudo en el pecho y las lágrimas de impotencia les han sucedido el desprecio y la amargura.

Los muertos se diluyen en el tiempo, en el río de los años, salvo para sus familias. Tras ellos flota agitándose entre los remolinos el zapato de mi hermano. El zapato heroico. En las orillas, sin mirar al río, los politicastros y basureros de la infamia graznan y sólo alguno, temeroso, escucha con los puños apretados el ruido de la corriente.

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