jueves, 16 de abril de 2009

Costas de exilio I



Retomé la pista de Hashichiro Otani en la Biblioteca Nacional de Montevideo, entre unos volúmenes gastados de poco conocidos autores y mecenas extranjeros que hicieron donaciones a los fondos de esta entidad hace décadas. La lóbrega estatua de Dante, guardián de la sabiduría concentrada y velada en este centro del saber, pareció hacerme un guiño al salir de la biblioteca con mi moleskine en la mano, preñado de notas. Mi primer contacto con Otani fue en Japón, cuando un asesor cultural de la Embajada mexicana en Tokio me pasó las referencias de este oscuro autor, cuya vida aparece repleta de incidentes novelescos, con el misterio peleándose con la tragedia para llenar los anaqueles de su efímera, pero intensa trayectoria literaria.

Según el tratado de literatura japonesa que me prestó este diplomático, Hashichiro Otani nació en Tokio en la primavera de 1917, en el seno de una familia de artesanos que se decía emparentada con un famosa saga de samuráis. El acomodo de los padres de Otani le permitió asistir a una buena escuela, pero la insistencia en dar al pequeño Hashichiro una formación técnica para así ponerle al frente del negocio se topó con la resistencia del niño. Desde muy joven Otani se interesó más por las tradiciones y literatura de un Japón que iba cediendo a la influencia de Occidente a una velocidad vertiginosa. De aquella época, apenas en la adolescencia, son los versos siguientes, tal y como aparecían en el libro:

"En la tristeza de las ranas
el tiempo descartado
se empareja con la memoria"

o también aquel haiku:

"No siento las lágrimas
en el umbral del otoño.
Sólo pájaros en el campo"

A pesar de su juventud, Otani se fue haciendo sitio con rapidez entre los poetas que frecuentaban los barrios nororientales de Tokio, de dudosa reputación pero marcados en esos años treinta por un afán de la bohemia y un inútil querer distanciarse del disparatado espíritu de los tiempos. Mayor influencia tuvieron en Otani los clubes de poetas de Takayama, una hermosa localidad del centro montañoso de Japón donde sus padres tenían una finca y una casa solariega, y donde anidaban esos aires de grandeza feudal venidos muy a menos.

La guerra en China cerró las puertas a la carrera literaria de Otani, al menos a la carrera reconocida. Los sueños aristocráticos de su padre se vieron truncados cuando no pudo hacer nada, pese a los descoloridos papeles con los que trataba de convencer a los oficiales que reclutaron a Hashichiro, para enviar a su vástago a una escuela de oficiales. Había obviado el doloso pero indispensable trámite de adjuntar una generosa suma de dinero. De esta guisa, Otani acabó embarcado como soldado raso rumbo a la turbulenta Manchuria, donde los nipones imponían la paz fúnebre del Manchukuo desde principios de la década.



Durante dos años, Hashichiro participó en una vida más o menos sosegada de cuartel, con eventuales incursiones bélicas, que no supusieron mayor menoscabo a su integridad física que un par de cicatrices cuando volcó el camión que le llevaba junto a su pelotón en una maltrecha carretera del nordeste de China. De esos tiempos son estos versos de Otani.

"Alambradas y tijeras
rasgan el papel amarillo
del verano de mi vida"

"En otoño, los árboles son marciales
y sus hojas, descosidas por el viento
caen rebeldes ante tanta disciplina"

Otani ya había dejado de seguir los preceptos clásicos de los haiku, traicionando así ese apego que de muy joven sentía por el tradicionalismo nipón. Sin embargo, guardó siempre esa nostalgia de la que se jactaron siempre los grandes poetas japoneses, empeñados en maquillar la voluble inconsistencia de su sufrimiento y desdicha con el devenir físico de las estaciones.

"Siempre acabo con el rostro
aplastado contra la almohada
para no oir el lamento de la marea"

...añadía en otros renglones.



El punto de inflexión en la vida de Hashichiro Otani quedó determinado por el agravamiento del conflicto y la resistencia . Fue enviado a Nanking, donde fue testigo, en diciembre de 1937, de la bestialidad imperial nipona. Violaciones en masa, empalamientos, decapitaciones, asesinato de niños y ancianos, torturas, torturas, torturas... la locura de Otani comenzó entonces, según el escritor que trazaba sus bosquejos biográficos. El joven soldado, ya convertido en cabo, servía como traductor del idioma mandarín que había aprendido en Manchuria, antes de ser destinado al sureste de China para participar en los cada vez más numerosos combates. Esa posición le llevó a ser testigo de los brutales interrogatorios a cargo de los sádicos oficiales nipones. De esa época apenas quedan poemas, salvo retazos que revelan ese desquiciamiento.

"Llora, llora, llora,
y nadie le escucha,
nadie,
mientras se ahoga en el pozo"

o

"El pequeño se agarra, desconsolado,
al pecho de su madre
pero ya no hay pecho, ya no hay madre"

No se sabe exactamente cuándo desertó Otani. Debió ser a fines de 1943 o principios de 1944, cuando ya la guerra tomaba otro rumbo, una vez que Estados Unidos y Gran Bretaña comenzaron a retomar posiciones en Asia. Sí se conoce, porque así dejó él mismo constancia en varias cartas enviadas desde remotos lugares del sur de China, que esa habilidad con el lenguaje local le permitió unirse a algunas de las columnas de refugiados que como hormigas desorientadas por un pisotón se movían por todo el país. Emprendió rumbo al oeste y en algún momento de 1945 entró en el Tibet, o el territorio que entonces era aún conocido como Tibet. De esa época su hermana conservó varios versos de las cartas recibidas. Su padre se había suicidado en febrero de 1944, tras confirmarse la deserción de Otani.

"El ocaso me llama
y voy, sin descanso,
colgado del vuelo de una golondrina"

o también estos versos

"Noche larga, triste,
la montaña se hace mi amiga,
y me habla por mis llagas"

Estos poemillas estaban en la última misiva que envió Otani a su hermana Keiko. Después cayó el silencio. Años de silencio hasta que su pista se recupera en 1955 precisamente en este país, en Uruguay.

Mañana termino de contarte la hermosa historia de un poeta loco japonés en el confín de América.

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