jueves, 2 de abril de 2009

Gogol


Ayer se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Gogol, una de las cumbres de la literatura de Rusia y un tipo al que en buena parte debo mi implicación con ese país. Tenía yo 14 años creo y estaba en primero de BUP. El gran Don Ramón, todas las alabanzas sean con él, era nuestro profesor de lengua y literatura. Promovía nuestra aficción a las letras con la dúctil mezcla de su entusiasmo rayano en la locura iluminada y la imposición de trabajos sobre los libros que nos diera la gana leer. Por entonces, no eran muchos los volúmenes de literatura que había en nuestra casa y, a excepción de numerosas enciclopedias al mejor estilo de Antonio Alcántara, me las veía y deseaba para conseguir algún libro viejo en la Cuesta del Moyano a costa de mis escasos emolumentos mensuales o entre los aún más ajados ejemplares que mis padres guardaban a buen recaudo entre un montón de novelas del oeste de Lafuente Estefanía. La opinión de mi progenitor era que tales libruchos sólo podían distraerme de mis tareas escolares y ayudar a que anidaran en mi mollera pájaros perniciosos. Cuervos y urracas debieron ser, a juzgar por los resultados. Entre esos librillos había un tomito de Nikolai Gogol, "Taras Bulba", con un dibujo a guisa de portada que representaba a Yul Brynner a caballo y sable en mano. No es éste, pero puede valer.



Yo por entonces no había visto la película que protagonizó el calvo más famoso de Hollywood y en la que encarnó al bravo cosaco de Gogol. En cualquier caso elegí ese libro para mi primer trabajo de literatura (debo hacer un inciso. Don Ramón es ese profesor autor de una de las citas que más han marcado mi existencia, aquella de: "la vida es muy puta y muy cabrona". Cuanta razón tenía el santo varón).
El caso es que "Taras Bulba" me hechizó. Además del farragoso comentario que hice del libro añadí un largo poema sobre cosacos, atamanes, polacos malvados y cargas de caballería, que entusiasmó sobremanera a Don Ramón e hizo merecedoras a mis divagaciones con un sobresaliente alto. Este fue también el comienzo de mi idilio con el alma rusa (aunque Taras, como el propio Gogol, era ucraniano, por cierto) y el origen de tantas aventuras, luchas, sinsabores y decepciones que viví muchos años después en ese país y con sus gentes.

Pero no quería hablarte de esto sino de Gogol. Hay que leer "Taras Bulba", pero también "El capote" y más aún "Las almas muertas". Y qué se puede decir de las divertidas peripecias de "La nariz"... Tras leer este relato uno puede incluso pensar que no hay tal "alma rusa", pero sí una "nariz rusa", unas veces afilada y cruel, y otras gruesa, bonachona y colorada, harta de vodka y "samogón".

De Gogol otro gran ruso, Nabokov, decía que uno no debe pretender acercarse a su obra si se quiere sacar algo en claro sobre lo que es Rusia. Es cierto, pero quizá porque Rusia es inabarcable, como una matrioshka infinita que siempre tendrá una muñequita pintada más dentro de la última que acabamos de abrir. Pese a todo, Gogol abre las puertas de la intuición sobre el misterio de ese país; sin engañar a nadie, pues tras esa puerta, debajo del felpudo de la entrada, puede esconderse el abismo, y así lo dejan claro la desesperación y el absurdo que marcan las páginas del gran autor.

Esos recovecos oscuros del alma se sienten en un monumento a Gogol que veía a menudo cuando vivía en Moscú, pues estaba en un pequeño parque cerca del Arbat. Envuelto en su capote, el escritor parece ensimismado y a la vez con las espaldas cargadas con un secreto terrible, como un Atlas a quien el mundo de pronto le viene demasiado grande o ajeno. Curioso, ese parque siempre lo recuerdo en invierno. Sin hojas los árboles y lleno de una tristeza tremenda, que en nada se parecía a la alegría con la que leía sobre los cosacos en la frontera de la niñez y la adolescencia.
Tras ese librillo de mi infancia, leí a Gogol en volúmenes manoseados de biblioteca, que después tenía que devolver un tanto triste, mientras seguía soñando con las estepas y las calles de San Petersburgo. En Moscú, apenas comenzada mi andadura rusa, compré un tomo en castellano que reunía al "Taras Bulba" y un par de cuentos más, de la insigne editorial "Progreso". Despúes lo conseguí en ruso e inglés, en ediciones que no sé por donde andarán ahora. Pero ha sido ahora, sin embargo, cuando he podido conseguir sus obras completas en un sólo volumen. Sí, aquí en Montevideo. Fue en la feria de cosas viejas de Tristan Narvaja. El libro es una tercera edición en castellano de 1963, con más de un millar de páginas, en papel de cebolla. Una joya que adquirí junto a un diccionario ruso español editado en Moscú antes de la Revolución de Octubre, que sólo Dios sabe cómo llegó al mercadillo uruguayo y cuya historia ya contaré.
Cuando entreabrí el volumen de Gogol, tuve esa misma sensación de júbilo de los tiempos de primero de BUP. Volvió a mi cabeza Don Ramón, el largo e infumable canto a los cosacos que escribí entonces, el olor a brezo y humo de las hogueras, la imagen de Yul Brynner indomable y salvaje, mis viajes reales en tren hacia Crimea y Odesa por la estepa interminable; la luz especial de San Petersburgo ... En cambio, no recordé los malos tiempos, las necedades de ese país ni tampoco las frustraciones que en él viví.
Sólo el campo y las colinas, las colinas de los cosacos libres...







2 comentarios:

  1. Nos pase lo que nos pase, al final siempre queda lo bueno... La memoria es maravillosamente selectiva!!!!
    Hecho de menos los domingos en la Feria... ¡Ais!
    Un besoooo

    ResponderEliminar
  2. Echo!!!!!!!!! Prometo copiarlo 100 veces!!!!!!

    ResponderEliminar