domingo, 19 de julio de 2009

Noches de invierno austral

En Uruguay todo transcurre con ritmos ajenos. Más aún en invierno. Montevideo es una ciudad en la bruma y sus calles se desvanecen una vez que las dejas atrás. Todo es melancolía en la decadencia, incluso en la ruina que acecha en cada cornisa, en cada ventana opaca. No esa melancolía que le hace soñar a uno con bosques y prados al atardecer. La melancolía de Montevideo es demoledora y ahoga. Te agarras con los dedos ateridos a una futil esperanza y te es arrebatada por los fantasmas de las casas oscuras.

Cuando en la noche paseo junto a la rambla, contemplo a lo lejos, si la ausencia de niebla lo permite, las luces de situación de los grandes cargueros, engullidos por la negrura del río-mar. A veces entrecierro los ojos e imagino que estoy en otra parte, en dimensiones distintas y amadas. Me imagino en la isla de Odaiba, en la bahía de Tokio, y creo reconocer en las luces flotantes las almadías y pequeñas barcas convertidas en restaurantes para ricos y extranjeros. Luces de lámparas de papel japonesas que me reconfortan, mientras imagino las risas y brindis de esas cubiertas, donde la quietud de la marea nocturna facilita las pausadas danzas de las camareras disfrazadas de geishas. El frío me hace temblar y el recuerdo se desvanece. En el horizonte, los candiles que rompen la oscuridad marcan los vientres expuestos de los grandes buques, que atracan fuera del puerto de Montevideo para no pagar las tasas. Mañana zarparán rumbo a Buenos Aires, Río de la Plata arriba. Alguno de ellos tal vez tenga lámparas de papel a bordo; alguno quizá haya visitado Odaiba.

El frío de este invierno austral es intenso, pero no te aplasta como en la helada Moscú o en las ventosas riberas del río Han, en Seúl. Este frío se puede aguantar, aunque tiene un color extraño. Baja del alto techo de la casa, esquiva el tenue comfort del fuego en la chimenea y, sin hacer que tiemble mi cuerpo, sin embargo, asusta a mi espíritu. Sólo cuando Rodrigo se despierta, con sus ojitos inocentes enmarcados por su sonrisa de bebé de apenas dos años, esos fantasmas se escabullen hacia los ángulos del techo, a la espera de una nueva noche.

2 comentarios:

  1. Te esperamos con los brazos abiertos en Madrid ;-)

    La vuelta es dura, sí... Cuando quieras nos encontramos en carne y hueso.

    Un abrazo,
    Natalia

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  2. Allí nos veremos, Natalia.

    Un fuerte abrazo

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