viernes, 10 de julio de 2009

Tiempos difíciles

Son estos tiempos difíciles. Uno se ve abrumado por la aparentemente enorme cantidad de información a la que podemos acceder y se indigesta antes de empezar siquiera a digerirla. Parecería ésta, una época de gran sabiduría, una era de libertad absoluta otorgada por las posibilidades que nos otorga ese ingente conocimiento. Un tiempo de poderío del espíritu, de satisfacción del alma...

En realidad, no creo que sea así. Más bien todo lo contrario. ¿Cómo podría ser de otro modo si imperan la mediocridad, la pereza y la, tan manida, pero omnipresente, "corrección política"? Nunca como en estos momentos habíamos sido tan "libres", pero a la vez tan débiles. ¿De qué sirve, entonces, esa libertad?

Tiempos duros, tiempos de gente vacua y cobarde, tiempos de verdades medias, de mentiras completas; tiempos de un ser humano acomodaticio y flojo que convierte en excelsos nirvanas la presentación de un futbolista en un coliseo o la muerte de un pobre hombre que fue un genio de la música, pero que nunca se aceptó a sí mismo y se convirtió en un payaso...

Pocas veces como en este umbral de siglo se ha cumplido la máxima de Pavese: "El arte de vivir es el arte de saber creer en las mentiras".

A veces uno quisiera seguir el ejemplo de otros, quizá de Junger, quien sugirió la "emboscadura" para las épocas aciagas. Puede ser. Pero puesto que estoy en Montevideo tengo a menudo muy presente a Juan Carlos Onetti. En una sociedad donde los pillos, los rufianes y sobre todo los simuladores son quienes mejor medran, Onetti elige como defensa la creación de una realidad aparte, un mundo imaginario marcado por la misma miseria que el mundo real (incluso cuando soñamos seguimos siendo asquerosamente humanos), pero donde es el escritor quien marca las reglas. Onetti ante la sociedad aparece extravagante, raro. Un hombre que en la cima de su fama literaria prefiera quedarse en casa, tumbado en la cama y con la espalda hacia el exterior, mientras fuma, bebe mucho y lee novelas policiacas, "muy malas", reconoce él mismo. Y olvida, sobre todo olvida, pues, como señaló en una ocasión, "es insoportable vivir con todos los recuerdos".



En una entrevista que le hizo María Esther Gillio, Onetti dejaba clara su defensa.
- "Más de una vez yo dije sin ningún propósito de vanidad, 'mi reino no es de este mundo'. Y en verdad no lo es. Mi mundo es el que yo me invento y éste en el que vivo sólo existe en cuanto me da material para el otro, El hecho de que sea aquí de donde yo saco la materia para construir el mundo de mi literatura hace que viva este mundo con una gran distancia".

Onetti decía que aceptaba la vida "a veces con desgano, siempre con escepticismo". Tengo un bebé precioso de casi dos años y por eso no puedo ver la vida "con desgano". Pero sí puedo comprar la segunda premisa. Y también demando la voluntad de trazar un camino propio, marginado de las modas y rebelde a todas las "correcciones" impuestas por quienes aceptan ser débiles y reclaman esa debilidad para los demás.

Entonces, de nuevo escucho al maestro uruguayo: "Nada, nada. No hay caminos que podamos seguir. Cada uno debe hacer el suyo. Buscar en sí mismo. No mirar alrededor, sino adentro. Fuera, nada".

2 comentarios:

  1. Onetti fue el más grande. Y libre.

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  2. Claro, es que la cabeza de Onetti era todo un mundo, con sus ciudades, sus valles, sus playas, ¿para qué salir?
    De calquier forma, se me hace difícil delimitar el mundo real del imaginario (no, no soy esquizofrénica...)sin embargo distingo claramente entre verdad y realidad.
    Saluditos sin desgano.

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