sábado, 28 de marzo de 2009

Un misterio en Montevideo

En el Montevideo viejo, entre bulevar Artigas y 18 de Julio, hay calles que buscan la rambla y el mar. Hay otras que esquivan la luz y se hunden bajo los túneles de árboles que crecen en sus veredas. En estas calles, en las que el aire se para e incluso los olores se hacen apenas perceptibles, es donde el misterio dibuja rostros de musgo en las piedras de sus casas y se agazapa en sus ventanas de cortinas impenetrables.

El otro día paseaba por una de estas estrechas avenidas, flanqueado por hogares neocoloniales de una belleza imperfecta que podrían recordar quizá a La Habana si no fuera por los laberintos que se esconden en sus entrañas. Son curiosas estas calles conquistadas por el silencio, mientras en otras paralelas o perpendiculares los autos circulan vocingleros y los escolares gesticulan en el intermedio de una clase. Mi destino era un café que había divisado en otras ocasiones, cuando andaba rápido desde mi casa en el cercano barrio del Parque Rodó camino del trabajo. Un café cuyo nombre, "Sáhara", me causó una extraña desazón la primera vez que lo vi, quizá por la incongruencia de semejante nombre en un lugar como Montevideo, y más aún en esta zona de calles decadentes. Extrañeza provocada sólo por el nombre, porque la fachada revelaba un extraño inmueble que igual podría haber estado en el corazón de Argel o entre el polvo de las callejas de Tanger por su aspecto un tanto oriental. Lo más raro del lugar era que siempre lo había visto cerrado, no importara la hora a la que pasara junto a su puerta.

En esta ocasión no era la casualidad la que guiaba mis pasos hacia el "Sahara". En una de mis frecuentes visitas al mercadillo de Tristán Narvaja, en busca de libros vetustos y utensilios inclasificables, topé con un pequeño tomo en alemán sobre la vida de Schiller. Las gafas oscuras no traicionaron el interés que mis ojos debieron mostrar de inmediato, cuando vi la escritura gótica de sus páginas. Era de 1926, no estaba muy deteriorado y aún así lo compré por apenas noventa pesos. Llegado a casa lo dejé en una de las estanterías y ahí podría haber esperado meses hasta una mejor oportunidad de lectura de no ser por la casualidad. Hace unos días, al tomar un tomo de Onetti que se encontraba al lado, el libro sobre Schiller cayó al suelo y se desprendió de su interior un pequeño billete de papel amarillento que me había pasado desapercibido cuando hojeé por primera vez la obra. Aparecían varios nombres, casi indescifrables en la tinta descolorida con que una vez fueron escritos. Uno de ellos parecía revelarse como "Müller" y otro, más extraño aún, recordaba a alguna palabra india o africana. Algo así como Shamdana o Shampalla, pero sin poder concretarse la escritura exacta, como digo, por el deterioro de los trazos. Además, había unas extrañas frases en alemán: "Vertrau der Tränenspur. Ich werde dich dort erwarten. Dort ist die Mündung des alten Flusses". En el reverso del papel, con tinta más legible, aparecía la dirección, el número de la calle donde se encuentra el "Sahara".
Hace mucho tiempo aprendí el suficiente alemán como para darme cuenta de la peculiaridad de lo que allí se decía. " Confía en la senda de lágrimas. Te esperaré allí. Donde se encuentra la embocadura del río antiguo". Quizá sólo fueran unos viejos versos escritos por algún poeta de ocasión. Tal vez correspondían las palabras a algún pensamiento recogido en el libro. Podría pensar en mil posibilidades. En cualquier caso, quedé cautivado y por eso decidí conocer algo más sobre el misterioso café, que recordaba de alguna de mis caminatas. Cuando me acercaba al local, tuvo lugar el encuentro que, sospecho, determinará un cambio radical en mi estancia en Montevideo y al que quería referirme en este escrito.

Sin embargo, de este episodio hablaré en un próximo post.

2 comentarios:

  1. ¡Qué alegría descubrir tu blog! ¡Qué placer leerte! Casi casi es como estar de nuevo con un café entre las manos escuchándote. ¡Espero la continuación!

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  2. por favor no nos tengas en ascuas...¿qué pasó?

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